Hay señales que, por más que queramos, no podemos ocultar.
Y esas señales, a veces pican. A veces duelen. A veces aparecen sin razón médica aparente que justifique su presencia.
Pero están ahí.
En la piel.
Como si el cuerpo, incapaz de decir con palabras lo que nos pesa por dentro, lo vomitara en nuestra piel a través de erupciones, manchas, heridas y picor, mucho picor.
Desgraciadamente, por este calvario no solo pasamos nosotros. También los hacen los animales que están a nuestro lado.
No se trata de alergia al ambiente. Ni a “algo que lleva el pienso”. Hay algo más profundo e invisible que tiene que ver con cómo tú te sientes. Con lo que tu familia calla. Con las emociones no expuestas que se quedan flotando en el ambiente. Y que acaban reflejadas en la piel de quien menos culpa tiene.
Bienvenidos a la Psicodermatología.
La piel como espejo emocional (y familiar)
La Psicodermatología parte de una premisa incómoda, pero reveladora: la piel habla cuando la mente calla. Lo que no se procesa emocionalmente, lo que se reprime, se manifiesta físicamente. Y la piel, por su origen común con el sistema nervioso, es uno de sus altavoces favoritos.
Este fenómeno, conocido como somatización, no es exclusivo de las personas. Se ha visto en animales domésticos. Especialmente en perros y gatos que conviven estrechamente con sus dueños.
La dermatitis atópica, por ejemplo, no siempre tiene un origen alérgico o genético. En razas como labradores o golden retrievers que trabajan como perros guía, se han observado brotes vinculados a tensiones emocionales no gestionadas. ¿Curioso? No tanto cuando se entiende lo siguiente...
Tu animal no es solo tuyo. Es del sistema familiar.
Los animales que viven con nosotros no son “apéndices de compañía”. Son miembros energéticos del sistema familiar. Y como tales, absorben las tensiones, emociones reprimidas y dinámicas que sus dueños ni siquiera reconocen.
Se convierten, sin quererlo, en válvulas de escape. En esponjas. En portavoces de un malestar que no encuentran otro canal de expresión. Cuando el entorno familiar está emocionalmente cargado, la piel del animal puede estallar como reflejo de ese desequilibrio.
Y no es solo teoría: desde la medicina tradicional china hasta la homeopatía, desde la biología hasta la antropología energética, múltiples disciplinas coinciden en lo mismo: la emoción no resuelta se imprime en el cuerpo. Y también en el de quienes nos rodean.
El tratamiento real no empieza con una pomada.
Aquí viene la parte que nadie te dice en la consulta veterinaria:
Si tu perro tiene dermatitis y en casa hay ansiedad, conflicto o tristeza constante, la pomada no bastará.
No porque no funcione, sino porque está tratando un síntoma, no la raíz.
La raíz está en el sistema. En el núcleo familiar. En las emociones que se viven, se ocultan o se normalizan. Tratar solo al animal es como cambiar un fusible sin revisar por qué se quema cada semana.
La propuesta no es mística, sino lógica: cuando el problema es sistémico, la solución también debe serlo. Por eso, muchos tratamientos con enfoque holístico abordan al animal, al dueño y al entorno como una sola unidad. A veces, incluso con el mismo tratamiento energético para ambos. Y, en estos casos, las Flores de Bach funcionan maravillosamente bien cuando se trata a toda la familia en conjunto, animal incluido.
Es sentido común, que nadie quiere mirar
Animales que enferman en paralelo a sus dueños. Gatos con insuficiencia renal que empeoran con el estrés del hogar. Perros que desarrollan síntomas humanos.
Podemos seguir culpando al pienso, al ambiente o a los genes.
O podemos parar, mirar alrededor, y preguntarnos:
¿Qué está diciendo su piel que nadie en casa se atreve a decir?
*Este post está inspirado en un artículo escrito por Manuel Vera, veterinario en www.clinicavaldelagrana.es, y publicado en la revista Veternatur.
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